jueves, septiembre 27

Mara quema



Cruzan la plaza, la pequeña Mara y sus dos padres. Ella va feliz, colgada de la mano derecha de su padre, que tiene un gesto austero, preocupado. Que hace algún tiempo permanece en un estado de alerta continuo y en la oficina no necesita explicarse, cuando suena el teléfono, el atiende, sus compañeros lo miran esperando la palabra que todo lo explica: ¡Mara! Y sale corriendo.
Mara, tironea de las manos de sus padres, quiere hacer la “hamaquita”, la madre rezonga cansada, abatida. Hace tiempo que se ha instalado en ella ese cansancio como de años, esa falta de carácter, esa sensación de “para que” de “es en vano”, de “no aguanto más”. Es que los padres de Mara hubieran querido que la niña fuese normal, como cualquier otro niño, y Mara, es espectacularmente lo contrario. Es todo aquello que alguna vez esperamos todos los que esperamos que pasara alguna cosa extraordinaria, alguna vez.
La niña va subiendo a saltitos las escaleras del consultorio del Doctor Urrusbeitía, especialista. La madre la mira con tristeza, cansancio de nuevo, y un poco de amor también, es la madre. El padre mira a la madre, recuerda a la mujer hermosa de la que se enamoró, golpea la puerta del consultorio, la abre al oír el “pasen”, y vuelve a olvidarse.
Mientras los padres le cuentan al Doctor Urrusbeitía, especialista, las ultimas ocurrencias, las ultimas catástrofes, los últimos desastres naturales, los últimos accidentes maliciosamente planeados, de la pequeña Mara, ella da saltitos benignos por todo el consultorio, hasta que ve un busto de Sigmour Freud, deja de saltar y lo mira desafiante.

-. … y de la nada, o sea, yo me di vuelta porque sentí el olor a quemado, y el mantel estaba prendido fuego, después se prendieron las cortinas… .-
-. Yo creo que fue por el puré… .-
-. ¿El puré? .-
-. Sí, porque me parece que el puré estaba muy caliente y entonces él cree que se quemó la lengua con el puré y por eso se enojó… pero a mí me parece que no estaba tan caliente, yo siempre lo pruebo antes, es que a ella no le gusta la comida que nos indicó el Doctor Magliano… .-
-. mmm… Entiendo .-
-. Por suerte yo llegaba en ese momento y pude apagar todo con el matafuegos del auto… pero la cocina quedó toda negra, ahora los pintores están… .-

Entonces el Doctor Urruspeitía, especialista, sonrisa soberbia, aires de suficiencia, corre la silla giratoria en dirección a la niña.

-. A ver ¿Cómo una niña tan buena y bonita incendió la casa?

Entonces Mara se apura a mostrar con un gesto veloz que sus padres no logran evitar. Apoya su manito sobre la mano grande y especialista del Doctor Urruspeitía, que deja abruptamente de sonreír, y aparta su mano como quien la aparta del agua hirviendo, del cuerpo de la mujer de otro, de dios, del fuego. Frunce el seño, se mira donde arde, los deditos de la nena marcados en la piel enrojecida, traga saliva, no comprende, mira a los padres buscando una explicación que sufren no tener. Él se toma la cabeza, ella cierra los ojos derrotada. Algunos niños, en el jardín de infantes, se pintan las manos y dejan sus marcas en una cartulina pegada en la pared. Otros en cambio…


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Música: Kanye West, Pharrell, Tom Yorke – Us Placers.

lunes, septiembre 24

Maraparecedesaparece



Otra vez la enfermedad postra en la cama a la pequeña Mara y sus deseos de volar como un pájaro, como un barrilete, como una bolsa de nylon, como una hoja de otoño, como un bicho borracho de polen, como una flor de diente de león, basta.
Mara recorre con su mirada su habitación, quiere ver si todo es lo que es o si es además otra cosa, y que cosa, y si hay algo más que cosas. Descubre claro, el vacío. Entre ella y las cosas, la nada, el aire. La invisibilidad del aire, lo tanto que se parece a la nada siendo algo. Mara se maravilla, pero cansa maravillarse, y tose, y la tos le raspa por dentro como garras de animal enfermo. Mara siente a su madre que sube las escaleras con su almuerzo, su inaceptable y desabrido almuerzo, que ni siquiera olor tiene. Entonces la niña hace fuerza y le desaparece una mano, hace más fuerza y le desaparecen los pies. Fuuuuuuu… suelta el aire, se prepara, sentadita en la cama, cierra los ojos, aspira suave y largamente, se llena de ese aire que parece nada, y se le parece, hace toda la fuerza que puede, y desaparece.
La madre entra al cuarto con la bandeja, mira desconcertada para todos lados.

-. ¿Mara? Maritaaaaa .-
Cierra la puerta del evidente cuarto vacío y sale llamando a su hija.
-. ¡Maritaaaaaa! .-
En la casa todos empiezan a buscarla. Se escucha que gritan su nombre, que abren y cierran puertas, que dicen “¡Ay esta nena!”, que bajan al sótano, que hasta salen a buscarla afuera.
Mara suelta el aire tapándose la boca para que no escuchen su tos.
Aparece.
Aspira como ahogado que saca la cabeza fuera del agua.

Sonríe.





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Música: Fourtet - Twenty Three.

domingo, septiembre 9

Mara nada


Domingo. Las visitas, la familia:

-. Holaaaaa .-

-. ¡Hola, llegaron! ¿Y eso? ¿Qué trajeron?

-. ¡Empanadas! .-

-. Pero che, si yo estoy cocinando, pasen, pasen .-

-. ¿Y Marita? .-

-. Ahí está en el patio .-

-. ¿Y qué hace? .-

-. Nada .-

La pequeña Mara está parada sola, muy derechita, lleva puesto un vestidito verde inglés y zapatitos de charol negros, mira estupefacta el único árbol del jardín. Una oruga verde inglés, de ojos negros, brillantes como el charol, muerde una hoja, y el ínfimo sonido retumba en los oídos de la niña. Las hojas del árbol se mueven al compás eterno del silencio, y ese ritmo es un idioma, y dice cosas sin verbo, sin traducción, sin verde inclusive. Late en el interior del tronco esa vida lenta y sabia como el tiempo, y la niña puede sentir la sonrisa, el movimiento mínimo de las raíces, haciéndole cosquillas a la tierra, que les niega el agua. El sonido grave y hundido de las piedras, con las que se ríe feliz la tierra, jugando a las escondidas, ayudando a las malas hierbas. El inmedible temblor de miles de pasos de miles de hormigas, que salen a pensar mientras caminan. Todo lo oye la niña, todo resuena en su alma, vacía como el universo, infinita. Un picaflor, incapaz de detenerse, se acerca a Mara, vuela en el mismo lugar, admirando a la niña que lo admira. Sus alas invisibles por la velocidad del aleteo, zumban como un insecto ebrio. Sus diminutos ojos confían, no puede hacerle daño lo que no se mueve. Mara feliz como el árbol, espera el milagro.

-. ¿Y no se aburre ahí solita sin hacer nada? .-



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Música: René Aubry – Fil De Verre.