miércoles, noviembre 4

4:39 Silencio de falta de lluvia





El cielo de la noche ilumina mi habitación, se oye un murmullo de agua, un perro que ronca y algún avión. También mi estómago que desde la discusión está hecho un revoltijo.
Todo huele a papel quemado, a humo… pero está fresco y tengo que dejar las ventanas abiertas para que se enfríe la casa, así durante el día, se puede soportar el calentamiento, ese global.
Me duermo, sueño que me llama por teléfono pero luego es ella la que atiende, entonces era yo el que llamaba. Me quedo en silencio, oigo su voz que dice “Hola”. Su primer “Hola” es normal, despreocupado, el segundo es jovial, casi divertido, el tercero molesto, algo irritado, entre ellos hay breves silencios respirables, luego corta.
Ninguno de sus “Hola” es triste como yo esperaba. Ella está bien, no está deshecha como yo… esperaba.
Estoy encerrado en su recuerdo, peor que encerrado, porque aún el encierro es un lugar. Yo estoy atravesado por la reja, clavado ahí, soy la reja… me despierto sobresaltado. Lo que se detesta de las pesadillas es que no tengan esa diversidad de interpretaciones, como el resto de los sueños. No, las pesadillas son invariablemente una mierda.
No me siento mal, mucho, muchísimo menos bien. Tengo esperanza, aunque hace rato haya dejado de parecerme algo bueno la esperanza, o al menos algo que me beneficie realmente de algún modo.
En ese sentido la esperanza es como la fe, una fuerza ajena a la razón, estúpida, tozuda, que te mantiene vivo como el café te mantiene despierto.
Aunque no sea vida esta vida, ni estar despierto estos ojos abiertos.