jueves, diciembre 11

Mara y los Monstruos



El Dr. Salcedo Abrines se toma el bigote mientras examina a la niña. Sonriendo con mueca amable pregunta más para sí mismo que para ella:

-. Entonces ¿Podés crear monstruos? .-

Mara afirma moviendo la cabeza, y señala un punto en el consultorio del psiquiatra, entre la ventana y la biblioteca. Salcedo Abrines dirige hacia allí su vista y luego mira a la pequeña.

-. ¿Allí hay uno? .-

Mara sube y baja su cabecita.

-. ¿Lo creaste ahora? .-

“Sí”, dice de nuevo ella con fastidio. El zángano diplomado se divierte.

-. ¿Lo creaste para que me coma? .-

Mara continúa asintiendo con la cabeza.

-. Y ¿por qué no me come? .-

Pregunta la sonrisa boba del escéptico especialista en psiquiatría infantil.

Mara se rasca una piernita, se baja del sillón, camina hacia la puerta cerrada del consultorio y golpea. Del lado de afuera abre su padre con mirada tensa. La madre detrás se para y Mara le toma la mano y la conduce por el pasillo hacia la salida. El padre vuelve la vista hacia el doctor, levanta las cejas preguntando.
El Dr. Salcedo Abrines le guiña un ojo canchero y con un ademán le indica que se vaya, que después lo llama.

El padre de Mara camina ligero por el pasillo, aliviado, el nudo en la garganta afloja. Alcanza a su mujer y su hijita en el estacionamiento. Suben al auto los tres, mientras se alejan Mara se gira y mira por el parabrisas trasero hacia la ventana del consultorio del doctor. Allí ve a su monstruo  que con gesto adusto espera su orden. Con un leve pestañear ella libera a la criatura.

El ruido del motor y la distancia no dejan escuchar el grito desgarrador del Dr. Salcedo Abrines.