Un cuento basado en hechos reales.
Conocí a Ezequiela Reta hace unos
tres años, en una reunión informal de un grupo de gente que como yo, había
visto un documental impresionante y necesitaba juntarse a debatir sobre lo que
vio y a decidir que hacer con esa información.
La primera reunión fue en un
departamento de Nueva Córdoba, desordenado, simpáticamente descuidado, como
cualquier otro departamento de estudiantes universitarios en la ciudad. Nos
recibió otra chica, algo desinteresada en el tema, que se me hacía la compañera
de casa, no tan de acuerdo con prestar el espacio común a este tipo de debates.
Ezequiela apareció por un pasillo, lo primero que se vio fue su sonrisa, su
entusiasmo, su paz interior, algo inquieta sin embargo. Era una chica flaca,
alta, de tez blanca y ojos claros, de mirada suave y hablar seguro, de estética
levemente desaliñada, onda “new hippie”. Se destacaba fácilmente del resto de
los participantes de la reunión, porque se explicaba mejor y se ponía en el
papel de líder naturalmente, sin imposiciones.
Después de esa primera reunión hubo
otras, en distintos lugares. La flaca siempre aparecía precedida por su sonrisa
y ese andar en paz, con el que camina quien viene del campo o de un pueblo
rodeado de campo. Su tiempo interior contrastaba con el embotellado ritmo de la
ciudad.
En aquellas reuniones no se avanzaba
mucho, eran demasiados temas, demasiados enfoques, demasiados egos chocando. El
no poder expresarse o no encontrar la claridad de conceptos y de acciones fue
diluyendo el número de miembros y haciendo las reuniones más informales hasta
transformarlas en meras tertulias de amigos, donde en lugar de hablar de amores
o de la facultad, se hablaba de energías alternativas, veganismo, y la lucha
contra el sistema.
Ezequiela era una mina abierta, que
sabía escuchar, te miraba fijamente cuando hablabas tratando de entender cada
palabra, asintiendo con la cabeza cuando coincidía en algún concepto,
ayudándote con algún término cuando te trababas intentando explicar algo.
Cuando le tocaba el turno de expresarse hacía siempre una síntesis citando
algunas cosas de lo que cada uno había dicho, le gustaba sacar conclusiones,
cerrar los temas, inducir acciones, no quedarse en la mera palabra. De cada uno
de nosotros, del pensamiento y la opinión de cada uno, aún de los más básicos
ella sacaba algo destacable, incorporaba los conceptos, alagaba al citarte: -. “Es
como dice Pablo, tenemos que tratar de ser más prácticos…” .- decía, por
ejemplo.
Ella y yo compartíamos en mayor
medida nuestras ideas y pensamientos sobre casi todo, y cuando no lo hacíamos,
nos quedábamos hasta muy tarde discutiendo amablemente hasta acercar
posiciones. Finalmente nos separábamos con la tranquilidad de saber que las
diferencias eran sobre detalles, pero que en lo principal, en lo importante,
estábamos esencialmente de acuerdo.
Nos empezamos a hacer amigos y a
compartir, además de toda nueva información sobre la línea abierta por aquel
enigmático y revelador documental, también sobre cuestiones personales. Así me
enteré que estudiaba medicina, aunque yo hubiera jurado que estudiaba historia,
sociología o alguna ciencia social, y que no trabajaba, que la bancaban
económicamente sus padres, algo que siempre me pareció burguesamente indigno,
aunque nunca se lo dije. Teniendo en cuenta que estudiaba poco en ese
intercambio contractual tácito con sus padres, que por su parte cumplían,
pagando el alquiler y todo lo que necesitase en su vida de estudiante, ella
tenía un pequeño cargo de conciencia.
Yo era más grande, había vivido ya
la vida de estudiante, no había podido terminar mis estudios por tener que
trabajar, pero esas diferencias de clase nunca fueron barrera para nuestra
incipiente amistad. Lo fueron en cambio ciertas diferencias que comenzaron a
aparecer y nuestra amistad quedó relegada, apenas comenzando. De todos modos a
ambos nos producía una instantánea sonrisa saber del otro, reconocernos en las
manifestaciones públicas o en alguno que otro evento cultural. En diferentes
medidas nos respetábamos y admirábamos.
Una de las diferencias fundamentales
fue el hecho de que ella se erigiera como líder de un Movimiento que llevaba el
nombre del documental que habíamos visto, aquél revelador, y entonces iniciara
una actividad muy parecida a la militancia política a favor de que el
documental se hiciera público y lo viera mucha gente. Yo no coincidía con esa
idea, ya que aquel trabajo audiovisual mostraba básicamente como la sociedad
occidental judeo-cristiana estaba cimentada en grandes y profundas mentiras,
entre ellas el cristianismo, y no todo el mundo está preparado emocional y
mentalmente para asimilar esa hipótesis. Además la manera militante en la que
ella enarbolaba las nuevas verdades descubiertas por esta película a mi no me
convencía, si bien la información me parecía lógica, siempre tuve la tendencia
de tomar las cosas con pinzas, no aceptar todo como me es dado, ya sea una
información oficial o una alternativa, y embanderarse para mí que soy
anarquista, siempre me fue un acto de ceguera política, de masificación, de
falta de criterio propio. Dejé de asistir a las reuniones del grupo, donde todo
comenzó a distorsionarse con la entrada de personas con claros desequilibrios
emocionales y con ciertas directivas dadas por un oscuro personaje que se
atribuía ser el líder del movimiento en el país y se mantenía en el anonimato
instando a todos a hacer lo mismo, con ciertas ínfulas de perseguido político.
Ezequiela cambió su nombre en las redes sociales a uno muy ridículo, y copiaba
y pegaba toda información vertida por este líder anónimo a modo de secta
religiosa, sin discutir ni aceptar disenso.
Por otro lado ella tenía mucho
tiempo libre y yo poco, y ese poco tiempo libre que me restaba era demandado
por mi novia, mi familia y cuestiones relacionadas. Fuimos perdiendo contacto,
dejamos de vernos, yo seguía sus opiniones y acciones por internet, comentando
alguna que otra cosa, pero cada vez estábamos más distanciados en todo sentido.
Me enteré que al fin se había puesto a estudiar con dedicación. Me enteré que
un día se recibió, que ahora era la doctora Reta. Me enteré que planeaba sumar
todas las medicinas alternativas a la medicina oficial, para ayudar mejor a sus
futuros pacientes. Me enteré de que haría la residencia en tal o cual hospital
y que reclamaría por el bajísimo sueldo que le pagaban a esos practicantes.
Siempre pensaba un día invitarla a
tomar un café, un mate, a la plaza, y ponernos al día. Sabía que debía ser un
día que pudiese disponer de mucho tiempo, ya que las crecientes diferencias
demandarían discusiones intensas y extensas.
Pero Ezequiela comenzó a cambiar,
sus mensajes en las redes sociales tenían un dejo de suficiencia, de soberbia,
tiraba máximas como absolutas y criticaba con dureza inusitada en ella
opiniones o teorías de amigos o conocidos. Ya no volví a encontrarla en las
manifestaciones en contra de Monsanto o de la tala masiva de árboles, o de
poner una cancha de golf en un lugar donde falta el agua o del capitalismo
salvaje en cualquiera de sus expresiones. Comenzó a tornarse prepotente,
irrespetuosa, sesgada, reaccionaria. Amigos en común, asombrados por el cambio,
me señalaban tal o cual comentario, donde “la flaca” defenestraba públicamente
a algún ex compañero del Movimiento de la que se creyó líder, por alguna
actividad o información contraria a las aceptadas comúnmente.
Ahora lideraba otro Movimiento, el
de “Los Escépticos de lo Alternativo”, donde se encargaba de publicar opiniones
o investigaciones de terceros que atacaban las medicinas alternativas, las fuentes
de energía alternativas, las posiciones políticas alternativas, la alternativa
en sí misma, de cambio, a este sistema que gobierna la vida humana en sociedad.
Lo curioso era que esta nueva y sorprendente posición era necesariamente
opuesta a la anterior y yo me preguntaba: ¿Puede una persona cambiar tanto al
punto de negarse a sí misma?
Lamentablemente puede, sí, y Eze es
un claro ejemplo de eso. ¿Qué puede generar que una persona cambie de esa
manera? ¿Las estructuras de la universidad? ¿Las ínfulas de grandeza? ¿Las
trampas del ego? ¿Qué te llamen Doctora?
Comenzó a dudar de todo, menos de
las mentiras oficiales, comenzó a contradecirse, y en una absurda “Caza de
Brujas” a perseguir y denunciar públicamente el fraude de las medicinas
alternativas, de las terapias alternativas, de la alimentación alternativa, de
las teorías conspirativas. Para ella todo lo que atacara al orden establecido y
aceptado socialmente era un fraude. Nunca se dio cuenta que el fraude era ella
misma. Se lo dije, sutilmente, no quiso oír, le mostré ejemplos que se negó a
ver, le hice preguntas retóricas para que notase su contradicción permanente,
nunca supo que responder.
Algunos aventuraron hipótesis de por
qué cambió, otros dicen que no hubo tal cambio, que en realidad siempre fue así.
Muchos se fueron alejando de ella, pero no le importó, el lugar de sus antiguos
amigos fue ocupado por un séquito de pibes que le aplauden su escepticismo
tendencioso y su inquisición del que piensa diferente al pensamiento autorizado,
que siente otras cosas que no son permitidas o que elige creer otras verdades
que no son la verdad oficial.
Al final le dije todo esto pero de
la manera más dura posible, como quien sacude de los brazos a una persona
hipnotizada. Entonces me borró de sus amigos, silenció mis opiniones, calló mis
argumentos.
En los pasillos fríos y vacíos de su
vida, se escucha la metalizada voz que por los parlantes reclama repetidamente
su presencia: -. “Doctora Reta se la solicita en lobotomía, Doctora Reta se la
solicita en lobotomía” .- No es para que trate a nadie, no. Es para tratarse a sí
misma, una práctica habitual en quien elige creerse su propia mentira.
Pablo Candi. (Septiembre 4, dos mil trece)
1 comentario:
Hola Podría jurar que he estado en este blog antes,
pero después de navegar a través de él viendo algunos mensajes me di cuenta de que es nuevo
para mí. De todos modos, estoy contento de haberme encontrado con esta página.
La añadiré en mis marcadores para volver de vez en cuando!
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