lunes, marzo 26

Tengo tanto Odio para dar


Fue un vecino quien les avisó y todos salieron corriendo. Era sabido que la pequeña Mara tenía adoración por los animales y la desobediencia. El viejo del taller había sido asaltado un par de veces, y en la última golpearon a su mujer, que estuvo al borde de la muerte. El Viejo del taller trajo el perro un domingo de lluvia con la sonrisa absurda y un bozal. El perro era negro, enorme, y estaba siempre atado. Veía pasar a los perros libres y ladraba, veía pasar a los niños jugando y ladraba, veía pasar a los gatos y ladraba, odiaba a los pájaros, a las moscas, a los carros con caballos, a las motos. Odiaba su correa. Odiaba. Mara se detenía siempre cuando iba a la escuela frente al taller y miraba al perro, que le ladraba furiosamente aunque ella solo escuchara sus ojos, como dos abismos negros de soledad y pena. Ese día Mara saltó el portón prohibido, y caminó hasta el perro feroz, se quedó parada al frente de su boca de dientes y saliva rabiosa, que se abría y se cerraba. El viejo y su mujer, los vecinos, todos los niños del barrio y sus padres, gritaban desesperados que no se acerque, te va a morder, no Marita, vení para acá, hay por dios que alguien haga algo…

Mara daba pasitos cortitos y miraba al perro con sus enormes ojos enamorados.


¿Por qué intentás acercarte a mí? sólo recibirás mi odio.


Mara estiró su manito y el perro dejó de ladrar. Clavó sus dientes entre la carne y los huesitos de una mano que hasta ahora solo había sido dada a su madre para que la guiara, al piso para que la atajara al caer, al mar para que le mojara el alma y a su otra mano, para que juntas intentaran tapar cada noche, el vacío de vivir.


No importa.


El grito de la madre superó todos los gritos y entonces Don Juan agarró la pala y el almacenero otro palo. Las lagrimas llenaron los ojos de Mara y del perro al mismo tiempo, y rebalsados se vertieron al mismo tiempo. Al perro se le aflojaron los molares al primer golpe, los músculos de la boca al segundo golpe, la rabia desapareció como la espuma y alguien los separó de un tirón que todavía duele. El viejo del taller se fue, y sobre el cartel de cuidado con el perro puso uno de se vende, pero no se vende, los yuyos crecieron y la casa se encogió, la entrada del taller quedó cubierta, la gente se cruza de vereda, nadie pasa por ahí, duele en la mano pasar por ahí.

Mara lloró durante días y los demás creían que era por el susto. Mara quedó con la rabia adentro pero los demás dicen que no, que los médicos dijeron que no, y todos le creen a los médicos. El perro todo apaleado fue tirado en un basurero y tardó días en morir, a veces cuando el viento sopla del este parece escucharse su lamento.


Dicen que el perro no tenía nombre y a Mara con cada llanto se le va borrando el suyo.






Música: Mozart - Piano Sonata No 11 in A Major K331 - I Andante Grazioso.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

...por que borraste mi comentario del texto anterior? No decía nada ofensivo para nadie! malo. Si querés no comento más...

Pau Candi dijo...

Perdón Lalu, fue sin querer, estaba re lindo tu comentario pero en un momento no aparecía y traté de arreglarlo desde el blogger y la cagué. Quiero que sigas comentando siempre! Gracias por estar.

ana bielewicz dijo...

pau, un poco de alegria por favor...

mara la que masca adargas en madagascar dijo...

ya lloro bastante en la vida real para que además me hagan llorar en la ficción.
te adoro y te extraño, maldito desquiciado.